sábado, 19 de noviembre de 2016

Reflexiones


Hoy voy a convertir mi blog, el cual hace mucho tiempo que no renuevo, en algo distinto a lo que he venido haciendo hasta ahora, espero que me sepan perdonar por no tratar la actualidad como he hecho siempre. 

Hay semanas en las que empiezas cargado de energía, las pilas emiten su mayor potencia y estás preparado para comerte el mundo, intentar ser quien tú eres y convertir con ello tus ilusiones y objetivos en realidad. Sin embargo, la vida no está hecha para vivir según tus objetivos, según tus designios e intereses, sino que tienes que compartirla con mucha gente, demasiada. Siempre he intentado creer que la gente no hace daño, no hiere, no te arranca la ilusión, no te usa, no insulta tus sentimientos... pero, cada día que pasa me doy cuenta de que en un mundo de personas normales, el único anormal soy yo.

Creía, tenía la ilusión de creer, que había mucha gente como yo, con mis manías, mis miedos, mis inseguridades, pero que siempre intenta hacer el bien. Pero no, y vuelvo a repetir que un mundo de personas normales, el único anormal soy yo. Anormal porque me gusta que me respondan cuando hablo; anormal porque voy con la verdad por delante; anormal porque lloro, porque río, porque muestro mis sentimientos; anormal por querer a alguien tanto como para no esconderle cosas; anormal por contestar a un Whatsapp casi al instante si es importante; anormal por querer arreglar el mundo por encima de mis propios intereses... Estas aptitudes, estos valores se están perdiendo.

Hace unos años, sufrí los peores momentos de mi vida: mi familia estaba fragmentada, mi abuela no se hablaba con su hija, mi madre, ni con su yerno, mi padre; viví en cinco casas distintas en dos años; perdí amigos, perdí momentos, perdí ilusiones; mis padres estuvieron al borde del divorcio por todo ello... En ese momento, creí que solo podía ir hacia arriba, pero no elegí bien. Me equivoqué de camino, de senda hacia la felicidad. Tuve una novia en ese momento tan amargo, pero duró lo que dura un caramelo a la puerta de un colegio. Fue otra bofetada su actitud, su desgana, su desinterés y su poco tacto conmigo: la necesité en mi peor momento y lo que hizo fue darme una patada al borde del precipicio para que cayera.

En ese momento, me aferré con todas mis fuerzas a la única piedra que me quedaba para no caerme: mi futuro, mis estudios. Ahí donde podía ser yo mismo, donde a nadie le importaba que fuera el empollón de la clase, donde llevar gafas te hacía más molón. Superé mis adversidades y ese año en el que me quedé en la calle, en el que mis padres casi se divorcian, en el que no hablaba con mi abuela, en el que me dejó mi novia; justo ese año saqué una media de diez en el instituto. Aclaré mi visión, y supe que iba a dejar de lado todo el mundanal ruido y me centraría en arreglar mi futuro, en convertirme en lo que hoy soy.

Pero hoy ya no sé quién soy, no sé qué quiero hacer, no sé adónde quiero llegar con mi vida. Hoy me siento más solo que nunca, en una ciudad de millones de personas que van a su bola, con mi familia a 2.000 kilómetros de distancia. Esa soledad me oprime el pecho, me niega respuestas, me niega consuelo. Estoy casi seguro de que hoy, 19 de noviembre del 2016, soy el peor Christian Alexis Afonso Sánchez de la historia. ¿Dónde se ha quedado el Afonso? ¿Dónde el Sánchez? Ya no me reconozco: soy un extraño viviendo mi propia vida.

Esta semana, sin duda, ha sido la peor de mi vida. Prefería llorar por dentro, que me sangraran las entrañas, pero tener un pequeño oasis donde poder descansar y reponer fuerzas. Pero esta semana no ha habido oasis, no ha habido descanso, no he recuperado fuerzas. Mi negatividad me aprisiona en una cárcel de cuatro recuerdos, de cuatro momentos que me han marcado y que ahora amenazan con hacerme estallar.

Y eso es algo que no puede arreglar un psicólogo, ni alguien que se hace pasar por psicólogo: de esos ya tuve muchos, y no arreglaron nada. Sobre todo, porque a la semana de decirte cosas bonitas te clavan puñales por la espalda. 

Ha sido una terrible semana, en la que he destruido todo lo que, laboriosamente, construí estos casi 21 años de mi vida. Destruí mi futuro, ya no quiero ser periodista, ya no quiero ir a clase y demostrar quién soy. Básicamente, porque ya no soy Christian Alexis Afonso Sánchez, sino otra cosa, otro ser.