lunes, 29 de septiembre de 2014

La otra cara del Consejo de Seguridad de la ONU

Lo verdaderamente importante presenta: el Consejo de Seguridad de la ONU, ¿reconocimiento no merecido?

La pasada semana tuvo lugar la reunión anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas en la que, entre otras cosas, volvió a salir a la palestra la negativa de muchos países al Consejo de Seguridad de la ONU, uno de los organismos más importantes y polémicos de la institución internacional. En el día de hoy, me propongo desvelar los entresijos de este Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

Una de las intervenciones más destacadas de esta reunión anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas fue la del recién nombrado Monarca de España, Felipe VI, que instó a los países miembros a que votaran a nuestro país como miembro temporal del Consejo de Seguridad. Si mandamos al Rey a que intentara persuadir a la comunidad internacional de esto será porque la presencia de España en el Consejo será muy beneficiosa, ¿no? Muchos no conocen la labor del Consejo de Seguridad de la ONU, que no es otra que la consecución de la paz en el mundo llegando a poder adoptar medidas contra el país que la amenace. ¿Cómo? Sencillo, mediante resoluciones debatidas en la Asamblea General (formada por u representante de cada nación miembro) que son propuestas al Consejo para su afirmación o negación. Entremos un poco más en el tema: el Consejo de Seguridad está formado por 15 estados, de los cuales 5 son permanentes (los vencedores de la II Guerra Mundial: Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos, la Federación Rusa y China) y 10 temporales (cambian de 5 en 5 cada dos años). Es decir, un conjunto de 15 estados (10 de ellos cambiantes) deciden si aceptar o rechazar la propuesta de los más de 200 países que conforman la ONU. Manda tela.


Uno de los aspectos que más critica la comunidad internacional sobre el Consejo de Seguridad no es que sea limitado, sino que, además de esto, los cinco miembros permanentes tienen el derecho a vetar cualquier resolución que no les interese o agrade. Requetequemanda tela. Es decir, uno de los cinco países permanentes puede llegar un día y plantarse ante la resolución que sus otros 14 "compañeros de clase" han aprobado: si uno de estos cinco dice "no", campana y se acabó. Y esto ha sucedido con demasiada frecuencia (gracias al cielo desde el final de la guerra fría, ha caído considerablemente el número de vetos en el Consejo de Seguridad) en los escasos 70 años de vida de la organización, unas 200 veces. 
Pero ya hay muchos países, como dije antes, que se están plantando ante este abuso de poder. El último en sumarse a la lista de los críticos de este sistema ha sido el presidente de Costa Rica, Luis Guillermo Solís. Lo malo, es que no son muchos los que tienen la valentía de enfrentarse a lo establecido, y menos si lo establecido tiene nombres como Barack Obama, Vladimir Putin o Xi Jinping. 

 Vladimir Putin



Desgraciadamente, los poderes y los derechos que se consiguen son muy difíciles de ceder; no podemos creer tan inocentemente que estos cinco países vayan a renunciar a sus privilegios con facilidad. Aunque dos de ellos ya han afirmado que no les importaría (Francia y Gran Bretaña), todavía quedan tres que no dan su brazo a torcer (curiosamente, los que más han vetado resoluciones en la historia del Consejo de Seguridad). Iniciativas como la del presidente de Costa Rica no pueden quedarse en simples palabras o en meros recuerdos. Es el momento de que la comunidad internacional en su conjunto se plante ante las injusticias que desde la propia Organización de las Naciones Unidas (que nace para defender la paz, la solidaridad y la igualdad entre naciones) se genere desigualdades entre los países. Hay que tener en cuenta que los cinco miembros permanentes lo son por haber ganado una guerra de hace más de 60 años. El mundo, señores, ha cambiado mucho desde entonces. 
Christian A.A.S.

lunes, 22 de septiembre de 2014

El ciudadano escondido

Lo verdaderamente importante presenta: el ser humano, ¿público fantasma?

Hoy el ciudadano de a pie se siente como un espectador sordo en la última fila, alguien que debería estar concentrado en lo que está sucediendo, pero que no puede mantenerse despierto. Sabe que de alguna manera lo que está sucediendo le afecta. Las continuas normas y regulaciones, los impuestos anuales y las guerras le recuerdan, ocasionalmente, la situación de marginalidad que ocupa debido a diversas circunstancias.

Sin embargo, pensar que todos estos asuntos públicos son sus asuntos no resulta convincente. Son en su mayor parte invisibles. Son dirigidos, si es que cae hablar de alguna dirección, en lugares distantes, desde detrás de las bambalinas, por poderes sin nombre. El ciudadano de a pie no sabe con seguridad lo que está sucediendo, quién es el responsable, o dónde está teniendo lugar. Ningún periódico se lo ha contextualizado de forma que pueda entenderlo; ninguna escuela le ha enseñado cómo imaginarlo; sus ideales, con frecuencia, no encuentran encaje; escuchar los discursos, aportar sus opiniones y ejercer el voto no le capacitan, piensa, para el gobierno. Vive en un mundo que no puede ver, no entiende y es incapaz de dirigir. 

A la fría luz de la experiencia sabe que su soberanía es una ficción. En teoría reina, pero de hecho no gobierna. La contemplación de sí mismo y sus logros en los asuntos públicos, el contraste de la influencia que ejerce en la realidad con la influencia que se le supone que debe ejercer de acuerdo a la teoría democrática, le lleva a hablar de sus soberanía en los mismos términos que Bismarck hablaba de Napoleón III: "A distancia es algo, pero de cerca no es nada en absoluto". Cuando, durante una agitación de cualquier tipo, pongamos por caso una campaña electoral, se escucha a sí mismo y a otros treinta millones descritos como fuente de toda sabiduría, poder y honradez, la causa primera y la meta última, se rebelan los restos de salud mental que todavía alberga.
Otto Von Bismarck

Cuando el ciudadano de a pie ha superado la visión romántica del mundo de la política y aya no le conmueven los ecos estériles de sus propios lamentos, cuando se siente sobrio y poco impresionable, su participación en los asuntos públicos se le aparece como una cosa pretenciosa, de segundo orden, una inconsecuencia. Entonces ya no se le puede incitar a la acción con un discurso directo acerca del servicio y el deber cívico, tampoco agitándole una bandera en la cara, ni enviándole un boy scout para hacerle votar. Es un hombre de vuelta a casa después de una cruzada para transformar el mundo en algo que nunca llegó a ser; ha sido tentado demasiado a menudo por el oropel de los acontecimientos, ha visto lo que hay de real en ellos, y con una sonrisa amarga, se ha dado cuenta de que, ciertamente, es un ser alienado.

Esto era lo que decía a principios del siglo pasado el sociólogo Walter Lippmann sobre la ciudadanía de la época, una ciudadanía que, curiosamente (o no), se parece mucho a la nuestra. Una ciudadanía que carece de la motivación de participar activamente en los procesos democráticos que tanto le ha costado alcanzar en los veintiún siglos de historia moderna (a los que hay que contar los siglos del mundo clásico). No debemos olvidarnos de lo que a nuestros antepasados les costó construir el mundo en el que vivimos que, aunque con sus incontables problemas, es mejor que el que ellos tenían. No tiremos por la borda su trabajo y su tesón; tomemos conciencia política, que buena falta nos hace, y caminemos juntos hacia una democracia mejor, hacia un mundo mejor.
Christian A.A.S.




jueves, 18 de septiembre de 2014

La fuerza electoral de la televisión

Lo verdaderamente importante presenta: la política y la televisión, ¿audiencias y votos?

El pasado miércoles 17 de septiembre ocurrió un hecho que ha traído mucha cola: Pedro Sánchez, líder del PSOE desde el mes de julio, llamó en riguroso directo al programa de Telecinco "Sálvame" en lo que se ha calificado como una maniobra populista por parte del joven dirigente de la centro-izquierda española. Hoy, analizaré esta llamada de todo menos inocente. 

Miércoles 17 de septiembre, casi las 18:00. Era una tarde habitual en el popular programa "Sálvame diario" del también popular Jorge Javier Vázquez. En una de las típicas (y vergonzosas) discusiones que se suelen montar en directo en el plató, los tertulianos hablan de la "barbarie" de la celebración del Toro de la Vega en Tordesillas; mientras que Vázquez pronunció que "jamás volveré a votar al PSOE porque estría en contra de mi conciencia" (el alcalde del municipio es del PSOE y apoya la festividad). De inmediato, llega un whatsapp al móvil de una de las ayudantes de Pedro Sánchez que, de inmediato, pone al corriente del líder socialista el comentario de Jorge Javier. Sin dudarlo, Sánchez coge su teléfono y llama al programa pidiendo hablar con Vázquez en directo. 


En la dirección del programa de Mediaset empiezan a surgir exclamaciones de sorpresa, pero también de alegría. Parece ser que, en los últimos tiempos, las intervenciones de políticos en la televisión están siendo muy cotizadas por la audiencia (véase como ejemplo laSexta Noche, Al rojo vivo, las mañanas de Cuatro, etc.) y no iban a dejar pasar esta oportunidad de subir un par de décimas de "share". En seguida, avisan a Jorge Javier de que el nuevo secretario general del PSOE quiere hablar con él en privado y poco después recibe, en directo, la llamada de Pedro Sánchez en su teléfono móvil. Ambos hablan durante un tiempo en el que, como es habitual, no faltaron los rótulos y el típico morbo que caracteriza al programa, hasta que Jorge Javier cuelga después de despedirse del líder socialista invitándole a "venir al Deluxe en algún momento". Visto lo visto, no parecería tan descabellado.




Esta aparición de Pedro Sánchez no es un hecho aislado (ni del propio líder socialista, ni de otros mucho políticos). El propio Sánchez apareció el martes en el Hormiguero de Antena3 después de haber dado "plantón" al programa "laSexta Noche", algo que parece ir más acorde con su labor en la sociedad (no olvidemos de que es un político, no un showman). Pero no es el único, muchos de sus "colegas" han tomado como costumbre aparecer en los platós de televisión de múltiples programas de signos muy diversos. El más claro ejemplo podría ser Pablo Iglesias, líder de PODEMOS, que se ha convertido en un habitual en los programas de debate político (por lo menos, el señor Iglesias sale en programas que tienen que ver con su profesión), o Revilla, ex-presidente de Cantabria, que va a tener, incluso, un propio programa de televisión.


La aparición de políticos en las cadenas de televisión está alcanzando niveles inquietantes que me llevan a preguntar: ¿son la TV y la política parásitos mutuos? Es decir, ¿se utilizan entre sí para lograr beneficios (audiencias las cadenas y votos los partidos)? ¿Hasta qué punto puede considerarse esta práctica "populismo", tal y como afirman muchos? Sólo el tiempo nos lo dirá, cuando la población hable en las urnas y veamos el posible efecto que estas apariciones estelares de los políticos cause en la mente de la ciudadanía.
Christian A.A.S.