Otro año se va. 2016 ha cogido carrerilla y ha terminado llegando el 31 de diciembre de un nuevo año que se marcha por el sumidero, para no volver. Y llegan las preguntas típicas de despedida de un ciclo alrededor del Sol. ¿Qué he hecho durante este 2016? ¿Qué me propuse hacer durante este 2016? Y la más dura y desalentadora de todas... ¿cuál es la diferencia entre la primera y la segunda pregunta? De por medio, muchas cosas que se supone que no deberían haber pasado y pasaron y otras muchas que esperaba que pasaran y no pasaron. Hoy, 30 de diciembre, es el momento idóneo para echar la vista atrás y ver el 2016 desde la perspectiva del amigo celoso y resentido porque no fue invitado al cumpleaños del siglo.
¿Qué he hecho durante 2016? Pues nada destacable. Ha sido un año en el que me he sentado a verlas venir, siguiendo con una larga trayectoria de nervios, estrés y exámenes aprobados con nota, tantos que ya no tiene mérito alguno. Me he vuelto a mudar, sí, porque no hay una séptima sin octava, aunque esta vez sí que espero de corazón que no haya una novena hasta dentro de algún tiempo. Me despedí de un compañero de piso para darle la bienvenida a otro, del Atlético de Madrid para más inri, pero un buen chaval: somos un cuarteto en ese piso getafense bastante bien avenido. En peores plazas me ha tocado torear. Quizás algo reseñable de este 2016 fue contribuir al capitalismo explosivo de nuestras sociedades contemporáneas y a la explotación laboral de becarios que buscan su primera oportunidad en una profesión cruel como es el Periodismo. Sí, este año 2016 trabajé, por menos de 200 cochinos euros al mes, durante nueve horas de jornada laboral cinco días a la semana en un periódico regional. Gran experiencia por las personas conocidas y por los amigos hechos. Penosa experiencia por el trabajo realizado y las calabazas dadas.
Un 2016 que también me dejó desengaños, aplicaciones para citas que de poco sirvieron, y una persona que decidió que ya era hora de que perdiera la virginidad. Nadie creía que fuera cierto, sobre todo la parte del quién. Muchos dirán que, con mi primer trabajo remunerado y mi primera mañana de sexo, 2016 ha sido un año importante en cuanto a experiencias vitales. Bueno, si ellos lo dicen será verdad, pero no creo que pasen a la historia de mi vida estos doce meses, ni para bien ni para mal (que ya es un logro). Sin embargo, este 2016 ha quedado marcado por dos acontecimientos que lo han convertido, por momentos en un infierno difícil de aguantar.
A principios de año dejé que mis sueños se impusieran a la razón. Sí, mandé una carta a Ávila que parece que nunca llegó al destinatario porque todavía sigo esperando una respuesta. Aunque, a juzgar por lo que cambió esa persona en su actitud hacia mi persona, algo debió llegarle a pesar de no haberme querido decir nada en absoluto. Su indiferencia, su cruel comportamiento, sus mentiras y engaños, sus miradas cargadas de lástima hacia un pobre estúpido... No olvidaré jamás el daño que me infligieron. No olvidaré jamás el asco que siento hacia mí mismo por seguir enamorado del destinatario de esa maldita epístola. Y lo peor, no me perdonaré jamás por haber cometido el gravísimo error de pagar el correo certificado más doloroso de mis 20 años de existencia.
¿Qué me propuse hacer este 2016? Ir al gimnasio para ver si así conseguía que la operación bikini significara algo para mí, pero es que al final no hubo ni operación bikini, ni operación abrigo, ni operación camiseta de tirantes... Ni falta hace decir que el gimnasio todavía sigue esperando que alguna tarde le honre con una visita. También me propuse no terminar el 2016 sin haber conseguido perderla... Es la primera vez que uno de mis propósitos de año nuevo es satisfactoriamente cumplido. Me propuse sacarme el C1 de inglés, y en ello ando todavía, así que mitad de propósito conseguido. Pero también me propuse empezar con el italiano, y la pizza y el pepperoni también siguen esperando, junto con el gimnasio.
Se va el 2016, y no volverá. Cuesta despedirse de alguien al que no verás nunca más en tu vida, pero este año va a ser fácil no volver a verle. Solo espero que el 2017 sea algo menos indiferente conmigo, que no lo sea tanto como el receptor de aquel mensaje envenenado del mes de enero. Solo espero que el 2017 me devuelva a la senda que quise seguir desde que tenía seis años, aquella mañana de domingo en la que cogí un tetra-brik de leche, un canuto de papel de cocina, y las dos últimas servilletas que quedaban en él para hacerme una cámara y un micrófono e imitar a aquellos que se ponían detrás de la televisión a hablar de lo que pasaba en el mundo.
Adiós 2016 y hola 2017.