Lo verdaderamente importante presenta: el negocio del fútbol, ¿cuánto importan, realmente, los aficionados?
Que el fútbol es el deporte por excelencia en nuestro país es indudable. Que el fútbol constituye el gran desahogo de los españoles parece más que claro. Que el fútbol se utiliza como un mercado en el que se buscan los mayores beneficios posibles sin importar los intereses del aficionado suele olvidarse. Hoy en el blog hablamos del mercado del fútbol, del negocio del fútbol, de cómo nos quieren vender la moto.
En los últimos tiempos, el fútbol se ha convertido en el perfecto mercado. Los dirigentes de los clubes, más allá de ser seguidores de ellos, buscan obtener un beneficio de su gestión. No se busca el disfrute del público, no se busca la bondad del deporte, no se busca el espectáculo, a no ser que todo esto tenga como resultado la consecución de ingresos. Pregúntele al señor Florentino Pérez o al señor Roman Abramovich si el equipo al que representan le importa lo más mínimo si no es porque les depara dinerito que gastar. El fútbol nació a finales del siglo XIX en Gran Bretaña. Nació como un juego de equipo en el que se pretendía pasar un buen rato con los amigos. Ese juego se fue transformando en deporte y cobrando una gran importancia en las principales sociedades europeas y, posteriormente, mundiales. Al mismo tiempo que se iba transformando en deporte, se iba transformando en negocio. Y, así, llegamos a nuestras fechas.
Es una pena que se haya perdido ese espíritu que caracterizaba este noble deporte. ¿Dónde ha quedado la diversión? ¿Dónde se esconde el sentimiento que vemos en el fútbol sudamericano? ¿Por qué el fútbol europeo se ha contaminado por la economía y por los intereses particulares? Lo que nació como un deporte de hermanamiento se ha convertido en una batalla campal sobre el terreno de juego que deja imágenes reprobables de jugadores, que han ganado el máximo premio del deporte, adoptando posturas chulescas tras arrear patadas sin sentido a sus rivales, o de jugadores que se permiten el lujo de lanzar botas a diestro y siniestro contra los árbitros... No se dan cuenta de que representan una gran parte de la imagen que quiere imitar la ciudadanía, que los niños les ven cada día en la tele haciendo actos impropios de deportistas. Encima, se creen que pueden pedir perdón cada vez que cometen un fallo y que todo se les perdonará. No señores, no podemos pasar tabla rasa y hacer como si esto no existiera.
La sanción impuesta a Cristiano Ronaldo por su expulsión contra el Córdoba ha sido de dos partidos. Hay que reconocer que el luso lo hizo bien: pidió perdón (probablemente sin sentirlo) y se duchó y se puso hecho un pincel para ir al juicio que el máximo órgano judicial del deporte convocó. Arda Turan, tras lanzarle la bota al cuarto árbitro del partido de Copa del Rey del pasado miércoles, ha quedado impune. "Ejemplaridad" es la palabra que brilla por su ausencia, tanto en los actos cometidos por los jugadores como en las decisiones adoptadas por la RFEF (Real Federación Española de Fútbol). Precisamente, la ejemplaridad es lo que ha escondido el paso de los años en este deporte. Es necesario volverla a encontrar, es necesario explotarla, es necesario que el fútbol vuelva a su esencia.
Imágenes como estas se han convertido en algo habitual en el fútbol. Es algo lamentable, pero la culpa de ello no recae en los jugadores exclusivamente, sino también en los clubes que olvidan la ética del deporte y potencian la espectacularidad del mismo (podríamos llamarlo sensacionalismo) con el fin de ganar, ganar y ganar (no solo títulos). ¿Hasta cuándo debemos soportar estas actuaciones lascivas? ¿Quién se encargará del cambio necesario (o quién debería encargarse)? El deporte es un acto de ocio, cultura y ejercicio mental y físico que deja de lado el rencor, la chulería, la soberbia y el egoísmo. No obstante, y por desgracia, hay quienes se han olvidado de esto.
Christian A.A.S.